El fondo editorial de Libros del Jata está plagado de títulos interesantes, muchos de ellos relacionados con la botánica. Sin lugar a dudas, uno de ellos es Elogio de la planta, que va ya por su segunda edición. A la que, por cierto, se le ha añadido un nuevo capítulo con reflexiones de su autor, Francis Hallé. Profesor emérito en la Universidad de Montpellier (Francia), donde ejerció durante años como docente, es un reconocido especialista en flora neotropical, en particular de la Guayana Francesa. También ha elaborado, junto a R.A.A. Oldeman y P.B. Tomlinson, unos modelos arquitectónicos en los que encajan todas las formas conocidas de crecimiento y desarrollo de los árboles. No en vano, esta misma editorial ha publicado también su Alegato por el árbol, donde aborda esta cuestión.
Aquí nos interesa sobre todo la faceta de Hallé como divulgador, lo que exige referirse también a las atractivas ilustraciones que salpican sus obras. Es obvio que siente pasión por la botánica y, además, sabe transmitirla, tanto por medio de la palabra como de los dibujos. Son a plumilla, en blanco y negro, pero también informativos y explícitos; incluso, en ocasiones, cargados de ironía. Un recurso impagable cuando las explicaciones no bastan. Se nota que es un admirador de La Hulotte, la versión original de la revista El Cárabo.
En Elogio a la planta está brillante y eso que se trata de un libro con ciertas dificultades para el lector desavisado. Parte de la base de que, como animales que somos, los humanos estamos muy lejos de entender en toda su complejidad la vida vegetal. He de reconocer que, a mí al menos, me ha puesto al día en esta materia, al tiempo que me he sentido fascinado por su claridad expositiva. Hay que tener en cuenta que aborda aspectos bastante técnicos sobre fisiología, bioquímica, evolución y ecología de las plantas. Son demasiadas las diferencias entre el reino animal y el vegetal. Nuestro genoma es relativamente estable, mientras que el de las plantas es muy dinámico; vivimos poco tiempo, mientras que ellas son prácticamente inmortales; si nuestros tejidos están especializados los suyos pueden reestructurarse con toda facilidad; y, en definitiva, gozamos de libertad de movimientos (salvo las formas sésiles), cuando la inmensa mayoría de los vegetales están anclados a un sustrato. Es esa inmovilidad la que las ha dotado de un arsenal estratégico para enfrentarse a cualquier contingencia sin moverse del sitio.

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